Hay una basura que no huele y que apenas ensucia
pero que resulta tan tóxica o más que cualquier otro residuo conocido y que al
mismo tiempo esconde en su interior metales preciosos por los que todavía se
mata en selvas remotas, se trata de los
Residuos de Aparatos Eléctrico y Electrónicos (RAEE).
En las plantas de reciclaje de los RAEEs conviven
frigoríficos cargados de gases CFCs -corresponsables del cambio climático y
protagonistas de la destrucción de la capa de ozono; equipos de música, mandos
a distancia, teléfonos móviles en desuso; televisores de tubo catódico que
conviven ya con pantallas leds de última generación y ordenadores. Algunos de
estos elementos contienen gases y sustancias muy tóxicas que hay que recuperar,
pero también son una fuente de materias primas tan cotizadas como el cobre, el
estaño e incluso el oro y la plata contenido en las placas base de muchos
equipos electrónicos. Dichas plantas pueden considerarse un monumento a la
sociedad de consumo. También a una cierta cultura del despilfarro, aunque el
reciclaje otorga una segunda vida y un valor que no existe en el vertedero. Es
también una imagen del futuro.
Según fuentes expertas en el tema, aseguran que en los últimos años la recogida de RAEE "ha aumentado entre un 20 y un 42%, dependiendo del tipo de producto. En 2005 se reciclaba un kilo por habitante; ahora estamos en 3,5 kilogramos y Europa proyecta alcanzar la cifra de 8 kilos por persona y año en 2019".
Las plantas de RAEEs se nutren de los materiales recogidos de los clientes, proveedores y ecoparques de cada comunidad autonómica. Los materiales aprovechables se exportan a Europa o acaban formando parte de un teléfono de última generación.
Fuente: levante-emv.com